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  • Foto del escritorUlises Sanchez

Egocentrismo

El egocentrismo interfiere con cuestiones tan básicas como la percepción misma.

La naturalidad del egocentrismo se hace evidente cuando observamos a seres humanos instalados en las primeras etapas de vida. Los niños ilustran con su comportamiento la importancia del egocentrismo como parte del equipo de supervivencia con el que cada humano ha sido dotado. Procurar el bienestar y la satisfacción de las necesidades es fundamental para la conservación de la vida propia, sin embargo, quedarnos en este nivel de desarrollo deja trunco el proceso; nos deja inmaduros y podemos conservar actitudes infantiles durante décadas. Madurar implica necesariamente actitudes y comportamientos menos egocéntricos, incluso aun cuando se tenga como objetivo los propios intereses. Una visión de proyecto a largo plazo, por ejemplo, requiere de una separación de las necesidades egocéntricas. Si alguien está ahorrando para comprar un vehículo, es muy probable que tenga que dejar a un lado sus impulsos de comprar su postre diario. Se genera una renuncia a una satisfacción inmediata, pero de menor valor, por la posibilidad de alcanzar un bien mayor. Aunque ambas circunstancias obedezcan a intereses individuales y materiales, para alcanzar el proyecto a largo plazo se necesita un grado de egocentrismo más controlado.

El egocentrismo no solamente interfiere con los procesos personales sino con cuestiones tan básicas como la percepción misma. Piaget lo destaca en su experimento de la casita de juguete y la muñeca. Piaget ponía a los niños en cierto punto de vista con respecto a una casita de juguete, y a la muñeca, la ponía en otro punto de vista y pedía a los niños dibujar el punto de vista de la muñeca. Los niños más inmaduros no podían dibujar el punto de vista de la muñeca y dibujaban el propio. Otro ejemplo, más elaborado, se evidencia en el caso de un niño de 4 años que estaba presenciando un espectáculo que lo asustó. El niño comenzó a llorar y su padre lo sacó del recinto. Cuando se calmó, recordó a un familiar adulto que se había quedado dentro del recinto e instigó a su padre para ir por él, ya que estaba “a punto de llorar”. La reacción del niño es considerada por él mismo, como la reacción que todo mundo debe presentar ante determinada situación. Este tipo de actitudes subsisten en la vida adulta. Otros niños, a la hora de jugar en juegos infantiles, enfatizan que le “ganaron” al otro por el simple hecho de llegar primero. Una carga emocional se establece en el que pierde. Si revisamos a los adultos al volante, veremos actitudes muy semejantes. También es frecuente que los infantes traten de llamar la atención de los adultos a través de que los contemplen en sus logros. Si ya se atrevieron a subir a un juego o resbalarse por un tobogán, desean que los adultos los observen para recibir sin duda un gesto de aprobación. Actitudes semejantes las llevamos a cabo los adultos en la vida diaria y éstas pueden estar limitando nuestras posibilidades de crecimiento y madurez.

Es importante verificar las actitudes egocéntricas que hayamos conservado desde edades tempranas en nuestra historia. Ser conscientes de ellas abrirá la posibilidad de un cambio real.


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