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  • Foto del escritorMiguel Ángel Ortegán

Cambiemos el imaginario religioso.

¿El imaginario religioso con que se dinamiza la fe en la actualidad es el pertinente?

Llama la atención que en los lugares donde la mayoría declara su confesionalidad cristiano-católica, en más del 75%, se manifiesten altos índices de corrupción y de violencia, sin poder encontrar las soluciones que hagan del propio lugar un espacio donde predomine la sensación de seguridad cotidiana. Se trata de pueblos enteros, aún con la existencia de instituciones fervorosamente religiosas que se esfuerzan por direccionar y orquestar una singular sinfonía de relaciones que, en la época actual, se ven envueltas en fricciones dolorosas, enfrentadas y altamente desgastantes. Habrá que ponerlo sobre la mesa: ¿El imaginario religioso con que se dinamiza la fe en la actualidad es el pertinente? ¿Las manifestaciones de fe corresponden a aquel mensaje original y cautivador del Carpintero de Galilea? No es de nadie desconocido que en este tipo de poblaciones, desde muy temprana edad y en general, se inculca el imaginario del “Dios que trae todas las cosas” (como los regalos en esa época romántica del año). Además, trae todos los premios así como los castigos y todas las desavenencias, porque así lo quiere Él.

Para aclarar lo anterior valga la siguiente ficción:

“En aquel lugar, desde que se era pequeño, los unos y los otros, aprendían que su Dios les traía regalos, que llegaba desde muy lejos, siempre oculto, a veces hasta disfrazado; y se los otorgaba según hubiesen cumplido con el protocolo impuesto. Por supuesto había los que se creían superiores porque su regalo era mayor que el de los otros para quienes apenas resultaba un intento de regalo por las condiciones vividas. Más tarde, cuando los unos y los otros avanzaban en el tiempo, “eran orientados” para que hicieran todo lo posible por seguir agradando a su Dios, que si bien ya no les traía regalos como antaño, ahora les podía otorgar “bienes” para poder comprar y adquirir todo lo necesario y que nunca les faltara nada de acuerdo a los estándares de su localidad. Por supuesto era sorprendente ver que la gran mayoría carecía de esos “bienes” y de lo necesario para poder adquirirlos para su diario vivir, a pesar de sus esfuerzos por cumplir con lo que dictaba su entidad (es decir, intentaban portarse bien). Y así era siempre, generación tras generación, todos esperando que su dios (con minúscula porque no es el verdadero) actuara y les recompensara dado que unos y otros se esmeraban por cumplir con el protocolo”.

Esta ficción, tal vez muy simple, refleja de alguna manera que hay ahí una forma de creer, donde las tradiciones o costumbres se viven más por inercia que por convicción; con imaginarios religiosos extemporáneos y desfasados (que ya nos son propios de la época), y que en poco o nada ayudan al diálogo en el mundo actual y diverso. Parece ser que para el creyente en general, Dios actúa a costa de cualquier ser humano. Las frases coloquiales y cotidianas de la localidad tales como: “si Dios quiere”, “Dios mediante”, “ya estaba de Dios”, “Dios se lo llevó”, entre otras, son ejemplo del imaginario que sostiene este tipo de creencia extemporánea en un mundo que avanza al parecer por otro camino, por donde nada puede hacer un “dios mago”, o un “dios milagrero”, porque en realidad ese no es el Dios que hay en Jesús de Nazaret.

Sin duda, hay en esa manera de creer una causa para comprender las graves divisiones y desigualdades con que se vive la época actual. Casi todo consiste en comprar y ganar sin importar los demás. Aparentemente es bueno hacer un gran acopio personal de manera que nunca falte nada, aunque a “esos otros” se les vea la angustia por sobrevivir. Lo curioso es que casi todos, los unos y los otros, se saben fieles creyentes, respetuosos y seguidores de las reglas de la entidad en que se conjuntan. Hacen resonar su fe, su creencia religiosa y su “afecto divino” a ritmo de ritos vividos con fervorosa obediencia, intentando quedar bien al cumplir con lo establecido. Y no sólo eso, también se esfuerzan con devociones extras como para tranquilizar a su deidad (Dios), o bien, para lograr arrancarle lo que cada quien considera que debe recibir por su devota fidelidad. No cabe duda, como dijo Papa Francisco: el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales y de la conciencia aislada (cf. Evangelii gaudium).


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